domingo, 19 de noviembre de 2023

LA PERDIZ DE TU VIDA.

 Por fin es domingo y eso significa poder salir a dar una vuelta al campo con los perros.

En una temporada fea, con poca vida en el campo, escasas perdices, nos toca remar y buscar oportunidades para nuestros fieles compañeros.

Hoy he tenido la suerte de abatir una perdiz, si, una perdiz de las que te dejan huella, de esas que no olvidas nunca y que encumbra a tus perros al olimpo de los dioses. 

Hoy he podido asistir como espectador privilegiado, a uno de los cobros más difíciles que se les han podido presentar a mis perros en mis ya, más de 30 años tras las bravas perdices.

Cazaba con mis dos Deutsch Drahthaar, una, la artista que realizó el cobro, Zurita de Caaveiro (una veterana de guerra), el otro, un joven inexperto Eddy del Valle del Duero.

La perdiz, una vieja guerrera, salió del borde de un barranco con zarzas, un barranco difícil de cruzar. Salió como un cohete hacia unas encinas y la solté los dos tiros casi sin apuntar (no me dio tiempo)

Solo pude ver que el segundo tiro hizo blanco en la patirroja, pero daba la sensación que iba de ala.

Ni los perros ni yo la vimos caer, así que la tarea era dificultosa.

Cruzamos el barranco por donde pudimos y después de coger referencias nos ponemos con el rastro. La veterana enseguida pilla un rastro, que pienso, puede ser de la perdiz. Lo lleva, sin exagerar, unos doscientos metros en dirección a una ladera bastante pronunciada. La perra va subiendo con el rastro, pero llega un momento que duda y vuelve a bajar al lugar de inicio. 

Obligo a los perros a buscar la perdiz por la zona más baja, pero no pillan emanaciones. En mi cabeza retumban las palabras del actor Alfredo Landa, en la película "Los Santos Inocentes" en la que en un momento de la misma dice "el macho perdiz, cuando va herido, siempre apeona hacia arriba". Con este pensamiento llamo a los perros y subo la ladera, para intentar buscar el rastro que llevaba la perra. Al poco de subir, comienzan a tocar rastro los dos perros, aunque la veterana va como un tiro, con la trufa pegada al suelo, ladera arriba. Señal inequívoca de que estamos más cerca de la perdiz. LLegamos al final de la ladera y seguimos con el rastro. Atravesamos el llano de unos 70 metros y damos vista al otro lado de la montaña. Allí hay un momento que los perros pierden emanación, pero tardan poquísimo en encontrar otra vez el ansiado rastro. Comienzan a bajar la ladera y de repente veo a la perdiz botando ladera abajo entre las aliagas. Los perros la sienten, la oyen y bajan tras ella como misiles. 

Al final logran cobrarla y me la entregan en la mano. Entonces les felicito, me siento en una piedra y pienso que soy la persona más afortunada del mundo.

Zurita de Caaveiro, después de un gran cobro.

 

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